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sábado, 17 de mayo de 2014

Un guerrero a trasluz

-Me llamo Christian por Christian Dior, así me puso mi vieja porque ella era peluquera y le gustaba la coquetería. Yo nací un 12 de septiembre de 1971, acá en General Roca, tres y media de la tarde con mucho viento.
Él es nuestro entrevistado, no es alto, tampoco realmente bajo. No es morocho, tampoco rubio y reniega de ambos, porque él se reconoce privilegiadamente trigueño, dice por su herencias portuguesas, de las que destaca también sus ojos que son de un verde claro, más bien acuoso y que nunca se detienen, el estado de alerta es permanente. Una sonrisa locuaz, altiva, rabiosa, se cierne en su boca enmarcada por su barba y el extenso bigote, que lo asemeja a un poeta en la manera de enrollarse hacia las esquinas, ya fuera de los labios superiores.
Detrás de la puerta metálica esperamos a que nos atiendan. Delante de mí Victoria, y delante de ella Christian. Cruzamos el pasillo de a saltos, porque la última lluvia ha dejado suficiente agua como para empaparnos si pusiéramos un pie fuera de la madera. El pasillo es angosto, y ahora está mojado; tan angosto que apenas si puede apreciarse un mural que se desarrolla sobre una de las paredes. En la entrada una gata se acicala, apenas si nos dedica una mirada desinteresada y continúa en su tarea.
La lluvia, además de agua, ha dejado su olor a humedad tan característico, y el pasillo lo encapsula y lo acrecienta. Es este olor lo que me entretiene durante el trayecto a la casa. Pero al entrar, otro aroma más dulce y punzante lo reemplaza. Sobre una camilla reposa soñoliento un tallo con flores de cannabis o sencillamente, marihuana. Recién cortado, como un ramo de jazmines o rosas, su olor penetrante inunda el viejo cuarto. Toda la casa es vieja, de esas “antiguas”; la distribución del espacio habitable es laberíntica, los techos altos y largas las paredes que están casi totalmente cubiertas por dibujos propios y  ajenos. La luz tenue y la estufa en un rincón, con su llama a la vista hacen aparecer el ambiente aún más estrambótico.
-El otro día vino un chabón y me dice: acá no hay feng-shui. Yo le dije boludo, acá hay onda.
Entrena desde chico, desde la adolescencia dice él. Se desempeña en varias disciplinas que involucran la pelea. Boxeo, pelea en jaula, kickboxing y algunas artes marciales. Además sabe de lucha con elementos como palos y cuchillos. Cuando tenía dieciocho años ingresó al servicio militar obligatorio.
Flexiona las rodillas, encorva un poco la espalda y con los brazos hacia el pecho, haciendo notar los músculos de los brazos produce una especie de rugido con la boca, que se le frunce como toda la cara.
-Yo soy bueno para las piñas. Me gusta pegarles a los hombres. Siempre hombres si. He superado el acoso de los lineamientos masivos, parece una prueba de resistencia. Todos se creen pro y andan en cardumen.
-Soy como un moderno primitivo. Así me considero. Moderno por mi actualidad, por ser de este tiempo. Y primitivo porque pertenezco al linaje y al estirpe de los guerreros antiguos. Los filósofos y eso, que se ganaban todo por lo que ellos hacían. Y ese es mi orgullo.
Y hay algo que lo apasiona tanto como la lucha. Las mujeres. Habla sobre ellas, escribe y pinta a las mujeres de su vida. En una de las paredes cuelga “Mariposa Dark”, un dibujo de una mujer alada levitando sobre algo que parece un pantano, como saliendo de él. Nos cuenta que lo dibujó en honor a Mónica, la última mujer con la que compartió su casa. También nos cuenta que la relación culminó, un día en el que, después de “reventarse” seis meses, ella al salir él del baño fue hacia su encuentro y estaba tan enojada que le tiró del miembro con tanta intensidad que Christian pensó que iba a arrancárselo. Ahora lo cuenta entre risas y es inevitable que lo que debiera tener de tragedia la historia sea aniquilado por la gracia que produce verlo y escucharlo reír de esa manera.
Habla rápido y su seseo muchas veces dificulta el entendimiento, por lo que en distintas ocasiones lo interrumpimos para preguntarle qué dijo; repite y continúa. Desde su asiento hace girar una serie de dibujos que él cataloga como espaciales, incluso algunos los lleva tatuados en el brazo derecho. Lo halagamos porque algunos son en verdad muy buenos y enseguida conseguimos la respuesta.
                -Sí, si yo dibujo bien. Porque soy seguro.
             -A los cinco años me empezaron a mandar a una escuela de arte porque una vez en el jardín nos hicieron dibujar una pelota y yo le hice todo el sombreado. Así que le dijeron a mi mamá que me mande a dibujo. Igual empecé a dibujar así cuando entré a drogarme y empecé a dibujar de otra manera, antes dibujaba naturalezas muertas, paisajismo, esas cosas más clásicas. Cuando entre a la psicodelia empecé a ver otros dibujos animados en mi cabeza.
“La masajista” es otra de las mujeres de su vida. Dice que un día se citaron para hacerse masajes unx a otrx, y que de pronto, estando detrás de ella, le pidió permiso para sacarse la ropa. Lo exalta pensar la situación, casi no respira entre oración y oración y la saliva se le arrincona en las comisuras de la boca.
-Éramos terribles. Ella era una pitbull, una rottweiler. Esa noche nos colamos media pepa y nos fuimos al boliche.
Salimos de cacería, ella encaraba a otros chabones y yo a unas minas. Cada tanto nos guiñábamos un ojo (hace la mueca) y ya está, nos dábamos unos besos por ahí. Laburábamos en equipo, si a mí me gustaba su amiga, ella me la presentaba y si a ella le gustaba algún loco conocido mío yo se lo presentaba.
-Hasta que se empezó a poner celosa, y con razón, yo tenía treinta y dos años y tenía más cuerpo que ahora. Me miraba y me la chupaba solo. Un tarado.
   Y finalmente recuerda a Paula en un dibujo, la última mujer que compone la trilogía que él elige contarnos.  Nunca terminaron; entre ingresos y egresos a clínicas de salud mental ella lo visitaba. Durante ese tiempo Christian la retrataba  en sus distintos estados ánimo cada vez que volvía. Después ella se mató.
Por un momento sus ojos ya no están con nosotras en el cuarto, con el papel entre sus manos lo observa con la cabeza hacia abajo sin musitar palabra. Luego comenta: “acá estoy yo, acá ella, esta es su vagina. Siempre dibujo vaginas” e intenta reír, sin mucho éxito. De sus ojos parece salir Paula, pareciera que nos da la oportunidad de conocerla.
Luego toma otro dibujo.
-Este se llama gotas de amor. Porque no existe el amor eterno, sólo gotas de amor. Eso le decía yo a Paula.
-Ves, acá está ella, también hay un ojo que a la vez es un corazón que llora. Y este soy yo. Ella por encima de mí.
-Acá también esta ella, acá la parca. Esto fue cuando la internaron.
-Yo a estos dibujos pienso hacerlos cuadro. Y no me digan que eso no es amor. Hacer esto.
 -¿Y vos alguna vez pensaste en suicidarte?- Sí, una vez, no sé qué me pasaba. Estaba más loco que ahora, nadie me entendía. Ese día llegué re pasado y escribí esto:
-Caminando por el abismo. Vórtice de la desolación. Tentado por la muerte. Esa idea romántica del suicidio.
- Pero después se me pasó.
-Porque yo soy un guerrero espartano, por eso peleo, escribo, pinto, hago de todo. Eso me hace completo.
 No fue a ninguna universidad pero es filósofo y poeta de oficio. Nos cuenta que alguna vez vio una grieta que se abría en la pared, y de ahí salía un remolino del que se deprendía una flor negra, su corazón y que de pronto el remolino se fue y la pared sanó. Ese para él es el “flash”, eso que te hace ser.
-Porque viene el flash y si no lo agarras se va y si te gusta agarralo con los dientes loco.
- A mí me ganó mi alter ego. Yo quise ser normal y no me dejaron. Yo toqué puertas y nadie me abrió. Permanecí inquieto, inmóvil. Yo no transé con nadie. Siempre fui yo. El camino de la emancipación es doloroso pero la libertad no es plata, es libertad. 

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